El martes pasado jugaba España contra Portugal en octavos. Un partido de alto vuelo que no tenía ganas de perderme. Como no tengo tele, he visto casi todos los partidos del mundial en algún bar. Me gusta mucho involucrarme en los partidos y suelo gritar los goles del equipo por el que inclino mis simpatías de ese momento, aunque sea de la Cochinchina. El problema es que esa emotividad latinoamericana no es moneda corriente por estos lares, y siempre me miran como bicho raro. Entonces, el no poder disfrutar de los partidos como a mí me gusta me estaba matando el mundial...hasta que me invitaron a la casa de Leo Messi.
Vivo en el País Vasco. Aquí la cuestión autonómica es muy seria y no hay vasco que, cada vez que puede, no declare en público su calidad de no español. Esto se traslada a todas las actividades y, por supuesto, al fútbol. "¡Hoy juega España!", les comento a amigos y conocidos. Algunos manifiestan algún interés, la mayoría expresa indiferencia. Medio España está paralizado, pero aquí la gente sigue su rutina normal y la mayoría ni ve el partido. En los bares donde ponen fútbol, uno va a ver a España y el espectáculo es digno de análisis sociológico. Los parroquianos beben sus cañas aparentando indiferencia mientras ven el partido con el rabillo del ojo. ¿Gol de España? Puedes ver las ganas de celebrar que brotan en sus ojos y mueren en sus gargantas. ¡Pobres! Yo grito por ellos.
Incluso conozco españoles no-vascos que viven aquí y que se fueron a Cantabria para poder gritar los goles de España con la conciencia tranquila y la garganta en la mano. Me invitan pero me parece demasiado. Me dispongo a ir a solo cualquier bar como he hecho en todo el mundial, a ver el partido y a que me miren como bicho raro cuando grite los goles de España con acento sudaca. Como siempre. Hasta que recibo la invitación de un amigo vasco cuyo identidad no revelaré por motivos obvios, y cuyo secreto mejor guardado es su fanatismo por la Roja. De él sé, por confesión propia, de lágrimas vertidas en cada frustración mundialista de la Furia. Esta vez nos toca vivir juntos un mundial, y me invita a una casa particular donde se juntará secretamente con dos amigos más, vascos como él, cómplices de su secreta pasión, para ver el partido en santa privacidad.
Irriturriberrigorrigoicoerrotaberricoechea me pasa a buscar puntual, vistiendo una camiseta artesanal con la 20 de Javi Martínez pegada con cinta en la espalda, pero el tráfico de gente que vuelve de la playa nos retrasa y vivimos los primeros veinte minutos por la radio, desesperados. Llegamos, finalmente, a la casa del anfitrión, en un muy bien tenido departamento en el corazón de Bilbao. Subimos corriendo, la puerta ya está abierta y una voz nos hace pasar. Entramos a la sala y, frente a una gran pantalla de plasma, no lo puedo creer, está sentado él. Lionel Messi. Es vasco, y nos espera con una pizza y cerveza. Sorprendido, no digo nada y lo saludo simplemente, agradecido de su cordial hospitalidad. A los pocos minutos llega Antxón Urrutia, el otro invitado, vestido como futbolista de la Roja, con medias de fútbol y todo. Messi es callado y amable, y profundamente vasco. Transcurre el primer tiempo y gozan del partido como verdaderos sudamericanos. Compruebo que la sangre latina también corre por las venas de estos amigos, que gritan aún más que yo.
Pero la mejor parte viene en el segundo tiempo, cuando Del Bosque hace salir al campo a Llorente. Mis amigos entran en éxtasis. ¡Un vasco a la cancha! Messi lo aclama. "Llorentins! Llorentins!" Llorente entra en juego inmediatamente, enchufadísimo. En tres minutos ha generado dos jugadas de gol, y cuando hace una pantalla que permite a Xavi darle el pase del gol a Villa, el delirio. ¡Golazo! ¡España a cuartos! ¡Jugada de Llorente! Explotan sus gargantas llenas de gol. Antxón corre por todo el departamento. Irriturriberri se desnuda por completo y se exhibe en el balcón. Messi salta del asiento y los tres se abrazan saltando encima de los muebles. Iriturriberri se cae malamente encima de una silla y casi se fractura la pantorrilla. Yo contemplo esta escena asombrado y feliz. También he gritado el gol hasta romperme la garganta. El resto del partido es un continuo animar a Llorente. Messi le pide a gritos que tire centros y vaya a cabecearlos él mismo. Ronaldo es denostado.
Ni bien termina el partido nos despedimos. Irriturriberri tiene obligaciones familiares y debemos irnos cuanto antes. Nos despedimos, y cuando llegamos al ascensor le digo que no me había contado que era amigo de Messi. Me mira serio. "No es Messi", me dice. Yo callo, y guardo el secreto.
sábado, 3 de julio de 2010
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